Las mujeres en la batalla contra las barreras invisibles

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Vayamos primero con un dato para poner en perspectiva. En América Latina, las pequeñas y medianas empresas (PyMEs) son mucho más que un engranaje del sistema económico. Son su motor, su impulso diario. Representan el 99% de los negocios y generan el 60% del empleo formal. Pero… Dentro de ese motor, hay un componente clave que históricamente ha sido subestimado: el aporte de las mujeres. 

En México, las mujeres lideran aproximadamente el 36% de las micro, pequeñas y medianas empresas, según datos del INEGI. Pero, aunque emprenden con fuerza, siguen topándose con barreras estructurales que las alejan de la toma de decisiones y de los espacios estratégicos donde se definen las reglas del juego. Por si fuera poco, el 70% de las empresarias mexicanas reconocen haber enfrentado obstáculos por razones de género (OCDE, 2024). 

Aunque una de cada tres mujeres en Latinoamérica desea emprender, muchas se enfrentan a un muro que no se ve, pero se siente. Un muro levantado por años de cultura patriarcal, educación sesgada y estereotipos normalizados. Según el Global Entrepreneurship Monitor, solo el 38% de los emprendimientos en Argentina están liderados por mujeres. Y eso no es casualidad. En México, a pesar de que las mujeres representan más del 51% de la población, aún están subrepresentadas en cargos directivos: solo el 8% ocupa el puesto de CEO en las empresas mexicanas (Women in Work Index, PwC 2024). 

Sin embargo, aún hoy, en 2025, se espera que las mujeres dirijan áreas “blandas” como Recursos Humanos o Marketing, mientras los hombres ocupan las sillas del directorio y los cargos ejecutivos. La maternidad, los espacios de cuidado y la presión por cumplir con mandatos sociales las encasillan, las postergan. ¿Dónde queda el “puedes ser lo que quieras ser” cuando primero se exige ser madre, esposa, cuidadora… y recién después, profesional? 

Es lamentable. Las mujeres no solo cargan con prejuicios externos. También batallan con los internos: el síndrome del impostor, la autoexigencia extrema, el miedo a no cumplir con un estándar imposible. Y mire usted estimado lector hay que ser claros. La autolimitación no es una elección, es un reflejo de una sociedad que desde los 3 años ya educa en diferencias, no en igualdad. 

Aún en las empresas familiares —donde el apellido parece una credencial suficiente para muchos—, las decisiones de peso siguen siendo masculinas. Se repite una narrativa dañina y reduccionista: “ella está para acompañar”, “trabaja en el negocio del esposo”, “ayuda con la fundación”. Pero los datos lo desmienten. Según el Banco Mundial, cerrar la brecha de género en el emprendimiento podría aumentar el PBI global un 20%. Y aun así, seguimos perdiendo talento por prejuicio. 

En México, otro dato contundente: las mujeres destinan en promedio 40 horas semanales al trabajo no remunerado de cuidados y labores del hogar, frente a solo 15 horas de los hombres. ¿Cómo hablamos de igualdad cuando la carga mental y física no se reparte? La consecuencia de esta cultura estructural es clara: si no naciste en el lugar correcto, si no te sentaste en la mesa correcta, si no hablas con el tono correcto, probablemente no te escuchen. Las barreras están en el financiamiento, en la negociación con grandes proveedores, en las rondas de inversión, en los espacios de articulación público-privada. Donde se toman decisiones, siguen mandando los mismos de siempre. 

¿La buena noticia? Que esto está cambiando. Lento, pero está cambiando. Y el cambio más profundo no viene de arriba, viene desde cada una de nosotras. Cuando decidimos profesionalizar nuestro liderazgo. Cuando construimos redes genuinas de mujeres que se acompañan y se potencian. Cuando cambiamos nuestro metro cuadrado: nuestro hogar, nuestra empresa, nosotras mismas. 

El camino hacia la equidad no es una utopía, es una urgencia. Y no podemos esperar 134 años más para cerrar la brecha de género en la economía. Hay que acelerar el paso. Porque la verdadera inclusión no se decreta, se construye. Y empieza cada vez que una mujer se reconoce capaz, se sienta en la mesa, levanta la voz, y decide dejar de pedir permiso. 

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