Redacción: Amairany Ramírez
Mientras miramos al cielo, pensando en estrellas o misiones espaciales, hay un problema creciente e invisible para la mayoría: la basura espacial. Desde los años 50, cuando comenzó la era espacial, la actividad humana ha dejado una huella en la órbita terrestre: una acumulación masiva de objetos que ya no funcionan. Esta “chatarra espacial” incluye satélites viejos, piezas de cohetes y fragmentos generados por accidentes.
La cantidad es asombrosa. Según la Agencia Espacial Europea (ESA), se estima que más de 130 millones de objetos de entre 1 milímetro y 1 centímetro orbitan la Tierra. Además, hay alrededor de 1 millón de objetos de 1 a 10 centímetros y unas 36,500 piezas más grandes que 10 centímetros. En total, hablamos de más de 10,100 toneladas de material.
Esta basura se concentra principalmente en la órbita terrestre baja (LEO), donde también se encuentran la Estación Espacial Internacional (ISS) y muchos de los satélites operativos de los que dependemos. Y el problema no hace más que crecer, acelerado por el aumento exponencial de lanzamientos en los últimos años, incluyendo miles de satélites pequeños para servicios como internet global.
Aunque parezcan pequeños, estos objetos viajan a velocidades altísimas, hasta 56,000 km/h (o más de 25,000 km/h). A esa velocidad, incluso una mota de pintura puede causar un daño significativo. El principal riesgo es la colisión con satélites o naves espaciales que sí están funcionando.
Ha habido incidentes que lo demuestran. En 1983, un fragmento de pintura dañó la ventana del transbordador Challenger. En 2009, la colisión entre un satélite ruso inactivo y uno estadounidense operativo generó miles de nuevos fragmentos de basura. Más recientemente, en junio de 2024, los astronautas de la ISS tuvieron que refugiarse debido al paso cercano de restos de un satélite ruso.
El gran temor es lo que se conoce como el “Síndrome de Kessler”, una teoría que advierte que una colisión podría desencadenar una reacción en cadena, donde cada choque genera más fragmentos, multiplicando la basura y haciendo que ciertas órbitas sean prácticamente inutilizables para futuras misiones. Los expertos debaten si ya estamos entrando en este escenario.
Las consecuencias nos afectarían directamente en la Tierra. Satélites vitales para el GPS, las telecomunicaciones, el monitoreo del clima e Internet están en riesgo. Frenar la actividad espacial no es una opción, ya que dependemos cada vez más de los satélites. Las soluciones implican invertir en tecnología, buscar formas de limpiar el espacio (como la “Remoción Activa de Escombros”) y, crucialmente, la colaboración internacional. Se están probando tecnologías para acelerar la desintegración de satélites viejos, como velas de frenado.
La creciente cantidad de chatarra espacial pone en riesgo no solo las futuras exploraciones del cosmos, sino también servicios esenciales para nuestra vida diaria en la Tierra. Encontrar un pedazo de satélite en el patio sigue siendo improbable hoy, pero la situación en órbita exige atención urgente para evitar que se vuelva irreversible.
