Redacción: Inés Arroyo
El mundo católico atraviesa un momento histórico tras el fallecimiento del Papa Francisco, quien murió a causa de un derrame cerebral. Con su partida, no solo se despide al primer Papa latinoamericano, sino también a una figura clave en la modernización de la Iglesia en tiempos turbulentos. El Vaticano ha decretado días de luto mientras el féretro del pontífice reposa en la Basílica de San Pedro, donde fieles se han congregado para rendir homenaje. El funeral está previsto para el 26 de abril.
Mientras los preparativos fúnebres avanzan, las miradas ya están puestas en el inminente cónclave, que reunirá a los cardenales para elegir al nuevo líder de la Iglesia Católica. La sucesión papal, siempre revestida de solemnidad, se presenta esta vez con un contexto especialmente cargado.
Uno de los nombres que más fuerza ha tomado en las discusiones internas es el del cardenal Peter Turkson, figura reconocida por su perfil conciliador y su visión reformista. Algunos medios incluso lo relacionan con una profecía atribuida a Nostradamus, generando debate entre creyentes y analistas.
Sin embargo, la expectativa por el cónclave no está exenta de polémica. Ha causado revuelo la intención del cardenal Giovanni Angelo Becciu, actualmente señalado por presuntos actos de corrupción, de participar en la elección. A esto se suma la decisión de dos cardenales de cancelar su asistencia, lo cual alimenta la percepción de tensión interna en la curia romana.
Las redes sociales han estallado en comentarios que van desde el duelo por Francisco hasta teorías sobre el próximo Papa, recordando incluso tramas de ficción como la película Cónclave. Esta coyuntura revive el interés global en la maquinaria interna del Vaticano, con sus símbolos, reglas y silencios.
Todo indica que, más allá de los rituales, la elección del nuevo Papa será también una elección de rumbo para la Iglesia Católica en el siglo XXI.
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