Caras vemos, mañas no sabemos

Caras vemos, mañas no sabemos

Por Ricardo Burgos Orozco 

Hace unos días ocurrió un acontecimiento que conmocionó al país y en especial a la ciudad de León, Guanajuato, donde sucedió: un doctor de 34 años de edad, Christian “N”, asesinó a un niño de 12 años, Santiago; después lo abandonó en un predio de Lagos de Moreno. El cadáver fue localizado — por las mismas declaraciones del presunto criminal — con un disparo en la cabeza, semicubierto de tierra, en un camino despoblado de la comunidad de Lagunilla. 

Lo que se sabe hasta ahora es que Santiago acudía periódicamente a la casa del presunto asesino a hacer labores de limpieza y ganarse un dinero por ello, pero fue abusado sexualmente por Christian en cierto momento y lo mató para que no lo denunciara. La casa del niño está a seis calles del consultorio de Christian Augusto.  

Santiago llevaba desaparecido desde el 4 de febrero después de salir de la Secundaria Técnica 39 donde estudiaba; su familia lo buscó inútilmente hasta que, por las indagatorias y declaraciones de conocidos y amigos, así como por la revisión de las cámaras de videovigilancia, se determinó que el último lugar donde había estado fue en la casa del médico. Elementos policiacos tocaron a la puerta del consultorio, el especialista los recibió a balazos y después se hirió el mismo tratando de quitarse la vida.   

Christian “N” se recuperó en un hospital de la localidad, fue dado de alta y posteriormente, llevado al Centro de Readaptación Social de León, en espera de sus declaraciones y la confirmación de su culpa.  

Hasta ahí un caso más de violencia y crimen de los que ocurren todos los días en el país y cada vez en mayor medida, pero un amigo, excelente periodista, avecindado desde hace años en la ciudad de León, me contó que conoce personalmente a Christian, algunas ocasiones estuvo en su casa, comieron juntos y él y su familia lo aprecia porque hace años el médico le salvó la vida al sanarlo de una infección grave. Incluso le cobró una cantidad muy razonable por la atención y, además, en abonos. 

Mi amigo periodista está muy impactado por todo lo que se ha dicho y escrito de este crimen. Me comenta que en algunos medios señalan que Christian es dentista y en otros, podólogo. Están equivocados porque es especialista en pie diabético y “heridas complicadas” como la que padeció mi colega. Su tarjeta de presentación, que me hizo favor de proporcionarme el periodista radicado en León, señala que Christian se dedicaba al “manejo integral de heridas, estomas (aberturas quirúrgicas para tratar ciertas enfermedades), pie diabético y quemados”. 

El presunto asesino de Santiago era muy apreciado entre su clientela; era serio, cálido, amable, respetuoso, de buena charla, muy profesional en lo que hacía y capaz pese a su juventud. Me comenta mi amigo periodista que resolvía casos muy complicados de su especialidad. Christian le platicó de una paciente — que curó — con pie diabético; había consultado varios médicos y le dijeron que su mal no tenía solución. Hubo varios casos más que resolvió con éxito. 

Ninguno de sus conocidos y pacientes pensaría que su médico Christian se hubiera atrevido a cometer la monstruosidad de asesinar con sangre fría a un pequeño de 12 años sólo para que no lo denunciara por abusarlo sexualmente.  

Maquiavelo decía que el ser humano es vil por naturaleza y tal vez tenía razón en el caso del asesinato de Santiago. Caras vemos, mañas no sabemos, diría yo. 

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